La pintura rupestre es un tema que a Herzog lo atrapó ya de chico. Con 12 o 13 años vio en la vidriera de una librería de Munich un libro en cuya tapa estaban reproducidos los caballos de la cueva de Lascaux. El objeto le provocó una fascinación instantánea al joven Werner, que desde entonces se obsesionó con la idea de poseerlo. Juntando pelotas en canchas de tenis fue juntando también el dinero, no sin darse una vuelta cada tanto por la librería para asegurarse de que el libro siguiera ahí. “Nací en un pueblo de montaña, donde no había librerías, así que creía que ése era el único ejemplar que existía de ese libro”, contó en una entrevista reciente. Todavía hoy puede sentir, cuenta en otra entrevista, el estremecimiento que lo invadió cuando al fin lo tuvo en sus manos y pudo hojearlo. “Ese libro fue mi primer interés intelectual propio, y la fascinación por la cultura prehistórica nunca me abandonó.”...
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Primeras impresiones
En 2008, Werner Herzog leyó una nota en el New Yorker que le detonó las ganas de filmar este documental. Estos son los mejores pasajes de esa nota...
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lunes, 19 de diciembre de 2011
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