Dos años después del inicio de los trabajos de estudio de la cueva (aún
queda mucho por saber y muchas figuras por descubrir), la curiosidad de
dos de los investigadores dio con una mínima covacha llena de signos
triangulares, de claras referencias púbicas. Este pequeño habitáculo, en
el que apenas caben dos personas, cuenta con una veintena de figuras
geométricas, algunas adosadas entre sí, grabadas sobre la pared y
presididas por una figura muy esquemática de cabra.
Entre La
Lluera 1 y esta covacha, La Lluera II, hay apenas 50 metros en los que
no faltan los signos de presencia de zorros. La Lluera II encierra mil
misterios. «Es como un paritorio», apunta Rodríguez Asensio, un lugar
apartado con su «altar» lleno de simbolismos femeninos y la cabra como
figura significativa de fertilidad. No hay más; todo conceptual y muy
inaccesible.
«Todo en la cueva de La Lluera es un metalenguaje
que nosotros no podemos descifrar porque nuestra propia cultura nos lo
impide. Para aquellos cazadores recolectores los animales son alimento,
pero también forman parte de un mundo espiritual y mágico» explica el
arqueólogo Rodríguez Asensio, para quien La Lluera «es el mejor
santuario paleolítico exterior del mundo».
Todo el arte de La
Lluera está en zona de luz, al contrario de lo que sucede en otras
muchas cuevas. Es un santuario exterior intencionado porque en la misma
línea donde acaba la luz solar se cierra este impresionante acertijo
visual.
Hay cosas que llaman la atención. La raya vertical de
los animales, sobre todo las cabras, esa que perfila la panza, tiene una
enorme profundidad «y eso es único, no lo hay en ningún sitio» apuntan
los arqueólogos. Cuando se miran al microscopio los técnicos pueden ver
restos de ocre en lo más profundo de las hendiduras, que tienen forma de
«V».
Casi todas las representaciones tienen un mismo
horizonte temporal, esos 18.000 años, cuando los bisontes de Altamira
eran todavía un proyecto muy lejano. Pero La Lluera depara otra
sorpresa, casi una rareza en medio de todo el conjunto.
Pasa
desapercibido, pero ese caballo sorpresa es como un juguete. Está en la
parte inferior de la pared, es muy pequeño y tiene un par de
peculiaridades. La primera, que sus patas delanteras están más elevadas,
como en salto. La segunda, y más sorprendente, es que bajo el caballo
el artista grabó la referencia de la línea del suelo, adelantándose a
los tiempos. Ese caballo, del Magdaleniense Medio, puede tener unos
12.000 años.
El conjunto de la pared oriental está presidido
por una enorme cierva, el animal de más envergadura de La Lluera. Mira
hacia dentro... y sabe mucho. lne.es/
domingo, 14 de julio de 2013
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