13-12-11. Ahí siguen las dos, mirando el mundo como hace más de 6.000 años, cuando las pintaron nuestros antepasados en un rincón de Sierra Morena, en el jienense prado del Azogue. Sobre la piedra desnuda quebrada por los siglos de los siglos, sus siluetas de carmín han visto convertirse en polvo a una generación tras otra y siguen desafiando a lluvias y ventiscas, a rayos de sol y a escarchas de amaneceres. Han vencido al tiempo. Son eternas.
Estamos en el término municipal de Aldeaquemada, al norte de la provincia de Jaén, siguiendo el rastro de las pinturas rupestres del arco mediterráneo (declaradas por la Unesco en 1998 Patrimonio de la Humanidad) por un bosque de pinos y encinas. Desde el municipio hemos tomado una pista en dirección oeste camino del “monte de la desesperá”, donde echamos pie a tierra. Descendemos entre matorrales hasta llegar a un pequeño desnivel de roca que se salva con pies y manos. Allí, a la intemperie, asoma el conjunto de pinturas del Prado del Azogue (descubierto por unos pastores en 1914), uno de los 18 yacimientos que convierten a Aldeaquemada en el principal núcleo de Arte Rupestre de Sierra Morena oriental. Dos nombres, el del español Juan Cabré y el del abate francés Henri Breuil, se reparten la paternidad de la mayoría de descubrimientos de los yacimientos de la zona. Trabajaron codo con codo, pero terminaron enemistados. Su legado, afortunadamente, está muy por encima de sus sonadas controversias...
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jueves, 22 de diciembre de 2011
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